Prohibir y eliminar el castigo corporal y humillante sobre cada niño y niña es fundamentalmente una cuestión de derechos humanos, es una deuda que Colombia tiene que saldar con casi 16 millones de personas, para las cuales justifica y protege acciones que van en contra de su dignidad humana y de su integridad física y psicológica. Afirma María Paula Martínez, directora de Save The Children, Colombia.

¿Qué pasaría si su jefe le da un pellizco porque la noticia que propone en la sala de redacción le parece poco relevante?

Y ¿qué pasaría si su compañera de trabajo le tira a la cara un zapato porque usted cubrió una noticia que era de su fuente de información?

Ahora bien, ¿Qué pasaría si al aire un colega le dice que usted es una bruta y que nunca llegará a ser tan ‘grande’ como el jefe porque usted no le llega ni a los tobillos?

Todas esas situaciones que son i-legales, sancionables social y legalmente, son cotidianas en la vida de los niños y de las niñas. Pellizcos, palmadas, correa, coscorrones, chanclas, varitas… gritos, insultos, encerramientos, limitación a acceder a sus derechos (no cenar, no jugar, no participar) se han visto y aprobado culturalmente como formas de control y de “educación” para que los niños y niñas actúen, hablen, piensen y se comporten como los adultos que deseamos.

Y es que siempre se ha hecho así… Bueno, lo mismo ocurrió con los derechos de las mujeres, siempre fueron golpeadas por sus esposos, parejas, padres y la cultura cambió. Llegó la hora de la niñez.

Actualmente solo 46 países han prohibido por ley el castigo físico contra la infancia en todos los entornos. Eso significa que la gran mayoría de los niños y las niñas en todo el mundo se enfrentan a esta forma de violencia, social y legalmente aceptada, que vulnera sus derechos fundamentales a la integridad física y la dignidad humana.

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